Friday, March 29, 2013

"The censorship guy". Homage to Manuel L. Abellán

Manuel Abellán (Barcelona, 1938-2011) was a professor at the Universiteit van Amsterdam when in the late seventies, early years of the Spanish democracy, he managed to enter into the archives of the Francoist censorship and started his endeavour of reconstructing what had been purged and of identifying those who had been responsible - many of them still respected politicians, writers or scholars who had slipped through the nets of the Transition's imposed amnesia.
The following piece was published in the special issue of the electronic journal Represura, homage to Manuel. My title comes from one of the anecdotes of Manuel's research and his contacts with the former Francoist esteblishment when, after being introduced to former Franco minister Fraga the latter recognised him as "the censorship guy", to which Manuel replied "No, no, the censorship guy... that would be you".
Besides my professor, Manuel was an admired and beloved friend until he passed away in December 2011.

“El de la censura”
Jeroen Oskam

         Empecé a trabajar con Manuel Abellán en los años ochenta, en la Facultad de Letras de Amsterdam. Acababa de salir su primer gran estudio sobre la censura franquista. En Amsterdam daba clases, principalmente, sobre Historia Contemporánea de España, una asignatura cuyo atractivo era una visión coherente que vinculaba sucesos dentro pero también fuera de España con la evolución del pensamiento político y cultural – superestructura, decíamos hace tiempo –, de tal manera que no era raro que una clase sobre la Primera República terminara tratando de la actualidad política holandesa. Para el estudiante que yo era entonces, eran oasis de lucidez en un ambiente donde se confundía romanticismo y palabrería con erudición.

         Si bien compartía sus planteamientos, yo era entonces probablemente poco consciente del significado, en el contexto de aquellos años, de su lucha por la memoria histórica, que es cómo eso se llamaría más tarde. Ya hacía casi diez años que había muerto Franco, y había una Constitución desde hacía ya más de cinco. Debía ser síntoma de rencor y politización seguir evocando cosas del pasado, así lo señalaban en nuestra facultad y en otras los que estudiaban Calderón de la Barca o la gramática de Nebrija. Pese a que sus investigaciones fueran una importante labor académica de resonancia internacional en aquel Departamento de Estudios Hispánicos, su trabajo estaría siempre rodeado por esta controversia.

         No hay que olvidar que el minucioso inventario de lo que había sido censurado no solo servía para la historiografía de medio siglo de franquismo, o para la denuncia de los responsables; era además una labor necesaria en la reconstrucción de un panorama literario devastado. Era absolutamente habitual que reediciones de libros que se publicaban en los primeros años de la democracia, siguieran saliendo con las tachaduras y modificaciones impuestas por la censura.

         Manuel Abellán enseñaba antidogmatismo; practicaba la duda sistemática y nos la exigía. Su enorme base de datos de conocimientos sociológicos e históricos lo hacían imbatible en el debate sobre la política, pero también sobre gastronomía o deporte. En realidad, en conversaciones sobre cualquier otro tema podía sonar el dictamen de “No, no, espera. Eso es muy sencillo”; era señal de callarnos ya que iba a resolverse el asunto con una muchas veces improvisada, y por cierto nunca sencilla, teoría.

         Hace falta comprender esta actitud no conformista para interpretar no solo el valor de querer y de conseguir entrar en los archivos de la censura franquista a finales de los setenta, sino también la tenacidad de continuar esta labor en un ambiente universitario muy poco halagüeño. Y es que, además de ser controvertido el tema, lo que se encontraba hería sensibilidades. En los archivos estaban enterrados los nombres de políticos, de escritores y de filólogos. Había personas cuya imagen archivada no concordaba con la autoproclamada, y otras que habían tenido episodios célebres y públicos en su vida y otros menos conocidos, más oscuros, por lo menos, hasta entonces. Si se descubría, se denunciaba, se tratara de quién se tratara. Es famosa la anécdota de cuando fue presentado al Presidente de la Xunta. “Ah, el de la censura”, dijo Fraga. “No, no,” respondió, “el de la censura es usted.”

         Corren ahora otros aires. Se marchó de la Universidad pero decidió no regresar a España – fue en 1996, fecha significativa – y fue a vivir a la frontera, a una distancia que le permitía comprar el periódico todos los días. En Amsterdam, se desmanteló el grupo de investigación de Sociología de la Literatura, materia en desuso. Algunos podemos agradecer el haber aprendido con él la duda sistemática, y el haber estado en las primeras excavaciones de la censura en los archivos de Alcalá de Henares, en hemerotecas y en revistas.

         Manuel me releería esto y me echaría en cara las frases mal formuladas y demasiado complejas, mis “barroquismos”. Perdona. El estilo, para él, tenía que ser tan claro como el propio mensaje.

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